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LUMINOSIDAD MÁGICA

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NESEBAR (BULGARIA)

Una estrecha lengua de arena del ancho de la carretera, une Ensebar al continente. A primera vista no es más que un promontorio chato y plano en el que se amontonan las casas entre las que sobresales la torre de alguna iglesia. Un par de puertos, uno a cada lado, le dan de lejos una apariencia similar a la de otros pueblos pesqueros de la costa búlgara del mar Negro. Pero además del enclave insólito, una península que es casi isla, en sus calles se conserva un verdadero tesoro arquitectónico y pictórico, reflejo de distintas épocas de su pasado turbulento.
Nesebar es el espejo en el que se miran decenas de siglos de la historia de Europa oriental. Los griegos se instalaron en ese asentamiento, donde habitaban los tracios, en el siglo VI a. C., y a partir de entonces nunca ha sido abandonado. En este mundo poco conocido en Occidente, el de las colonias griegas del mar Negro de cinco o seis siglos antes de nuestra era, se produjo el encuentro entre dos culturas totalmente diferentes. Los civilizados descubrieron a los bárbaros. Desde aquel pasado tan lejano no ha dejado de ser encuentro de pueblos y civilizaciones.
Recorrer ahora el istmo que une Nesebar a la costa es algo más que recorrer unos centenares de metros. En los meses de verano todo parece un fluir de turistas que acuden a la cita con el pueblo pintoresco y abundan las tiendas de recuerdos. Pero detrás de esta primera imagen se esconden verdaderos tesoros. Nesebar está compuesto por el que probablemente sea el mejor conjunto de arquitectura de madera de toda la costa del mar Negro. Y, desperdigados entre las casonas de los ricos mercaderes de antaño, aparecen los restos de una colección única de iglesias medievales.

El motivo de semejante acumulación de templos se encuentra en la historia. Nesebar ha estado habitada sin interrupción desde hace cuatro milenios, y las excavaciones arqueológicas han descubierto huellas de tracios, griegos y romanos, y sobre todo de bizantinos, así como de los dos reinos búlgaros que, en la Edad Media, forjaron la base de este país. Aquí se instalaron colonos de Megara, la cual desde el primer momento se convirtió en la principal intermediaria entre los tracios del interior y el mundo heleno. Se rodeó de murallas y mantuvo una importante tradición cultural.
Luego llegaron los romanos y, más tarde, cuando Constantinopla se convirtió en capital del imperio de Oriente, la ciudad vivió su primera época de gloria. Durante siglos la ciudad cambió de manos entre bizantinos y búlgaros infinidad de veces. Cuando los búlgaros la conquistaron por primera vez, en el año 812, además del botín tradicional consiguieron un tesoro de incalculable valor: la fórmula del “fuego-griego”, una mezcla incendiaria que podía ser lanzada fácilmente, se prendía espontáneamente y no podía ser apagada con agua. Su efectividad, especialmente en combates marítimos, es una de las razones que explican la supervivencia del imperio bizantino frente a tantos enemigos. La composición de la mezcla era un secreto guardado por tan pocas personas que acabó perdiéndose y se desconoce en la actualidad.

La singularidad de su patrimonio arquitectónico medieval, de esa colección inaudita de iglesias, se debe a la permanente superposición de culturas. Durante su segunda época dorada, entre los siglos XIII y XIV, se construyeron varias iglesias, que posteriormente eran decoradas. La del Pantócrator, la de los Arcángeles Miguel y Gabriel, la de San Juan, la de Paraskeva, la de San Todor, la de San Juan Bautista, la de San Esteban, datan de ese período o fueron ampliadas entonces. Ahora, muchas de ellas no son más que ruinas, lienzos de muros cor arcadas ornamentadas a veces con filas de cruces gamadas –que en esas tierras simbolizan el Sol y el cambio continuo- o con cerámicas brillantes de color turquesa.
De la decena larga de templos que se conservan en esta pequeña península, el más espectacular es el de San Esteban. Por fuera es un discreto edificio, pero el interior está completamente cubierto de murales, una fabulosa colección de frescos del siglo XVI, escenas de la vida de Jesucristo, de la Virgen, de santos. Un conjunto que envuelve al visitante y lo transporta a otro tiempo y a otra sensibilidad, muy diferente de la actual, pero en la que es posible distinguir elementos conocidos. Sorprende, en cualquier caso, descubrir figuras de barcos grabadas encima de los frescos. Es un tradición de los marinos de hace siglos, que creían asegurarse de este modo la protección sagrada y un regreso venturoso. Hay imágenes a las que les faltan los ojos, que fueron arrancados para convertirse en amuletos poderosos ante viajes inciertos. Pero, además de las iglesias medievales, lo que hace que la Unesco considere a Nesbar como patrimonio mundial es el conjunto de edificios de madera que, prácticamente, abarca toda la península. La mayoría data del siglo XIX, aunque algunos son anteriores, y todos forman un excelente muestrario de la arquitectura del período del Resurgimiento Nacional que supuso el despertar de la cultura búlgara tras siglos de presencia otomana. Son casas de mercaderes o terratenientes, de piedra y madera, que constituyen el recuerdo de la última etapa de desarrollo de Nesebar. Una ciudad que se conserva, desde hace milenios, como el ejemplo vivo del encuentro entre civilizaciones diferentes.

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